Entrevista con Walter Esaú a propósito de su nuevo disco El Cantante , un viaje emocional entre metales, heridas y redención El cantautor m...

Walter Esaú presenta El Cantante: Cantinas, cuchillos y confesiones desde el alma


Entrevista con Walter Esaú a propósito de su nuevo disco El Cantante, un viaje emocional entre metales, heridas y redención


El cantautor mexicano Walter Esaú regresa con un álbum que no busca complacer, sino conmover. El Cantante es un trabajo sonoro y lírico que se aparta de su debut Mentiroso para explorar terrenos más densos, valientes y sonoramente más ambiciosos. Con una mezcla inusual de sonidos regionales, letras punzantes y colaboraciones precisas, Esaú nos invita a entrar en una cantina emocional donde todo se vale: llorar, gritar, sanar. En esta entrevista, el músico habla con honestidad sobre el origen del disco, las metáforas que lo atraviesan, su manera de resistir al desencanto y el amor eterno por su equipo: el desaparecido Monarcas Morelia.


Este disco suena más agresivo, más grande. ¿Cómo surgió ese cambio respecto a Mentiroso?

No fue algo planeado, pero tenía la inquietud de explorar sonidos regionales desde otra mirada. Me inspiré mucho en La Marcha de los Zapotecos de Beirut, un disco que adoro, pero que al estar en inglés sentía desconectado de nuestra raíz. Quise hacer mi propia versión, con metales y texturas únicas. El intro tenía que sonar potente: era clave marcar la diferencia desde el principio.


En Hoy sé cantas: “Solo somos extras en la vida de unos perros / No hay que morir para conocer el infierno”. ¿Qué hay detrás de esa frase?

(Pausa) Es un juego de palabras. Habla de cómo, en la industria musical, muchos te ven como prescindible, un extra en su película. Pero también hay ternura: mis perros son mi motor, aunque quizás yo solo sea un extra en sus vidas. Es una canción sobre lo que aprendí en este negocio… que a veces duele.


En Jardín sin flores mencionas “sacar los cuchillos de la tierra”. ¿Es una metáfora sobre dejar fluir el dolor?


Sí. Queremos lluvia, pero no charcos. Como hombres, nos enseñan a clavar los cuchillos, a resistir sin llorar. Jardín sin flores dice: hay que permitirnos la tormenta si queremos florecer. Esa imagen —los cuchillos en la tierra— me obsesiona. ¿Por qué intentamos detener lo inevitable?


La portada del disco muestra una cantina. ¿Por qué ese símbolo?

(Ríe) Porque ahí se canta, se llora, se sobrevive. Cada cantina tiene identidad propia, y eso se está perdiendo en esta era de lugares estandarizados. Quería rescatar esa crudeza. En lo musical también lo hicimos: usamos un bajón en vez de tololoche, contrabajo en lugar de saxofón... Todo refleja nuestra esencia.


¿Qué canción te costó más emocionalmente?

Hoy sé. Es duro darte cuenta de que amas lo que haces, pero también ves la podredumbre del entorno. Hasta el hielo vuelvo a ser agua también fue difícil: habla de resiliencia, de quebrarte y reconstruirte.


Las colaboraciones con Axel Catalán y Eduardo Soto se sienten muy orgánicas. ¿Cómo surgieron?

Con Axel fue muy natural: somos compas desde la secundaria, pero nunca habíamos hecho algo juntos. Le mandé El Cantante, le dije “si te late, cántala”, y grabó su parte ese mismo día. Con Eduardo Soto ya lo teníamos planeado; su voz le da un color completamente distinto a Equivocada estás.


A diferencia de Mentiroso, que era más nostálgico, aquí hay introspección. ¿El orden del disco refleja algo?

Sí. Quise que fuera como una ola emocional. Empezamos hundiéndonos con Hoy sé y Sobras, llega el clímax con Sacar los cuchillos..., y cerramos con Equivocada estás —que puedes bailar— y El grillo, que es un tema folk grabado solo con guitarra. Esa última canción es un respiro, como limpiar los oídos.


¿A quién le cantas en El Cantante? ¿Es para alguien en específico?

(Ríe) Para varias personas. Me preguntaron si El Cantante era para mi mamá, y al releerla, entendí que sí podría ser. Me gusta que las canciones puedan adoptar varios significados. Eso las vuelve vivas.


¿Cómo nació tu pasión por la música? La clásica pregunta de la llama.

Como un flashback de Ratatouille: mi mamá cantando Luis Miguel. Luego descubrí que escribir letras sanaba heridas. Cada disco es un espejo. En El Cantante me reconozco distinto, más fuerte, pero también más vulnerable.


Y la pregunta incómoda para cerrar: ¿Seguirás apoyando al Morelia aunque desaparezca?

(Ríe con melancolía) ¡Claro! En el vinil hay un canario en el centro —por el equipo— y un fragmento de la playera del campeonato del 2000. Puede que el club ya no esté, pero su esencia vive en mí. Como muchas otras cosas que uno ama, aunque duelan.


¿Dónde puede escucharte o seguirte la gente?

En Spotify, Instagram y YouTube como Walter Esaú. Ya está disponible El Cantante, completo. Y estén atentos: habrá fechas, viniles y más música.


Walter Esaú no compone canciones: construye refugios. El Cantante es uno de ellos. Un disco que, sin necesidad de gritar, retumba; que sin miedo al dolor, florece. Entre cantinas, cuchillos y versos punzantes, Walter logra recordarnos que lo emocional también puede ser elegante, y que cantar lo que nos duele es un privilegio que no todos se atreven a ejercer.

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